Hasta la vecina León
nos desplazábamos seis compañeros para correr la media maratón de
la ciudad en una mañana soleada aunque fría y ventosa.

Sobre el papel un
trazado rápido pero con alguna “trampa” que afronto con la
intención de mejorar mi marca en la distancia. Salida rápida y
limpia aunque somos casi 2000 corredores, pronto, como tenía
planificado, me coloco un poco por delante del grupo de 1h24'. Los
primeros kms van cayendo al ritmo esperado pero siento que no voy
cómodo, sin fluidez, “pesado” de piernas. Poco después del km 5
hay una pequeña subida que confirma que las cosas no van bien, como
solemos decir: voy fuera de punto. Hasta el km 10, al paso por la
(preciosa) Catedral de León marco un crono dentro del margen para la
mejora pero las malas sensaciones van a peor. Aguanto (más o menos)
el tipo hasta el tercer cuarto de carrera pero más por rabia y
corazón que por capacidad real. Evidentemente he olvidado la idea de
mejorar marca y la parte final de carrera no ayuda mucho, bastante
viento que entra por todos lados y la parte del recorrido más
solitaria y aburrida. No solo he olvidado la idea de la mejora del
crono sino que me olvido de la carrera en sí, desconecto de la
prueba y solo quiero llegar, el ritmo por momentos es cada vez más
lento y me pasan por todos lados, voy mentalmente bloqueado, paro a
estirar los gemelos aunque no tengo calambres (lo haré 4 veces más).
A duras penas y llega el km 20, ya casi está, ¡qué fatiga!, km 21,
meta en un abarrotado Estadio Hispánico (a pesar de todo siempre es
una gozada atravesar la meta en una pista de atletismo)... sólo
puedo decir: ¡por fin!
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